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Amate de Eduardo Rincón                                                                                           María Baranda

La Jornada Morelos 18 de Febrero 2001

 

En la mitología universal el cosmos es visto como un árbol gigante. Diversas son las tradiciones que tienen puesta su simbología en la vida vegetal. Eduardo Rincón lo sabe, y es por eso que privilegia su visión con la dualidad árbol-vida. Para él, el amate revela y legitima la valoración de la naturaleza.

 

Su punto de partida es la ciencia, lo que le permite conjugar el sentido de su propia perspectiva. Rincón tipifica el transcurrir de la vida natural en casi toda su obra, le otorga una zona de privilegio a la vez que se apropia de un devenir conceptual en donde lo animado se prolonga en un tiempo de petrificación objetual. Su mirada equilibra la convergencia entre la realidad existente y el impulso interior del artista, y establece un espacio de lectura donde la madre tierra cobra vida. El mundo, parece decirnos el artista, se escucha y se siente por los ojos. En cada visita al campo, Eduardo Rincón deduce el tiempo vegetal del amate, como una manera de recomenzar otra historia, la suya, y se adueña de una pequeña parte del árbol: a veces de una hoja, otras de una semilla.

 

Partes con las que va tejiendo la urdimbre de su obra. Es decir, su tentativa es repetir lo que la tierra otorga: renovación y regeneración. Rincón justifica su propuesta en su personal    árbol-axis mundi , el “eje de su universo”, para se;alarnos que el círculo es continuo en le mundo vegetal. Si su identidad es diacrónica, su obra es la inminancia lineal del ahora. La fecundidad determina su trabajo, así la palabra germinación encarna el vértigo de lo venidero. En cada semilla hay una posibilidad de vida, de tiempo habitado por el tiempo.