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Semilla adentro                                                                                              Francisco Hinojosa

 

Eduardo Rincón combina su formación como biólogo con su talento artístico. En él, ambas actividades se complementan: el artista asiste al científico para ofrecerle una manera distinta de ver y comprender la vida, así como aquél echa mano de éste para conocer a fondo la materia en la que se interna su obra por legítimos intereses y necesidades. Uno y otro conviven en armonía porque saben que son uno solo indisoluble.

El itinerario de su obra visual –pintura, grabado, escultura, instalación– va de la selva a la planta, y de allí al fruto y a la semilla. Del bosque transita al árbol y del árbol a la savia que lo recorre. De las formas pasa a los colores, de los colores a las texturas y de las líneas que reconocemos como propias de la vida vegetal a sus estructuras geométricas interiores, tan perfectas como insondables.

 

El arte se relaciona aquí con la naturaleza, ya no como modelo a reproducir en un paisaje, un bodegón o un retrato, sino como consecuencia de una unión más íntima en la que una figura vital reconocible es una abstracción de sí misma, fiel reflejo de su complejidad.

La obra que ahora presenta Eduardo Rincón se interna en lo que no se ve a simple vista: en un universo de tejidos, tramas y luces que buscan recorrer con el ojo de la intuición el alma de los frutos de la naturaleza, su ser único.

 

Así como basta con que algunas semillas se suelten al boleo sobre la tierra para que germinen, otras requieren de procesos más complicados, como las de los amates, por ejemplo, que necesitan lavarse varias veces para quitarles una delgada capa que impide su germinación. De igual manera, las semillas, al pasar por los pinceles de Eduardo Rincón, adquieren su individualidad. Cada semilla es un cosmos, parece decirnos el pintor, aconsejado quizás por el biólogo, y –de regreso– trabajado y recreado por el artista. Cada semilla es un espejo.

 

Ahora –en esta muestra– el artista ha pasado al siguiente escalón: de la selva al individuo, del individuo a la flor, de la flor al fruto, del fruto a la semilla y de allí a su mundo íntimo, interno, intracelular, al espacio y el tiempo en el que la química, la física y la magia se unen para hablar acerca del principio de la vida.

 

Un mundo de texturas, de elementos que se repiten, que dialogan, que convergen y que sugieren la complejidad de las estructuras internas de la naturaleza: una suerte de fractales, esas extrañas geometrías que le ofrecen al aparente caos de las formas de la naturaleza transformarse en la organización suprema del universo.

Eduardo Rincón nos invita a caminar con él, a recolectar frutos, a mirar un pistilo, a recoger tierra, a transformarla en pigmento, a recrear el principio del arte y de la vida, a tocar la piel del universo, a hacer un viaje semilla adentro para reconocernos en su espejo interior.

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